Raúl Quinto, Idioteca y el museo imaginado
Idioteca de Raúl Quinto es uno de esos raros libros tocados por la gracia y el esplendor. A medio camino entre media docena de géneros y subgéneros, los veintidós textos de Quinto se internan en un camino intermedio y a menudo más interesante (y menos previsible) que una mera hibridación genérica.
Sin duda, lo que le otorga a la obra un valor propio, y que la haría destacar en una librería de sus compañeros de estante, es la impresión continua que el lector recibe al comenzar cada micro-ensayo de estar ante las puertas de un catálogo de un museo imaginario, de una guía de viajes de un país interior.
No es casual que el primer texto reciba el nombre de “pórtico”; ya que la puerta se convierte aquí en la metáfora por excelencia de la maquinaria que hace girar cada texto (cada forma de mirar la realidad).
El eclecticismo, así como la exuberancia de temas y tratamientos, nos lleva desde la antigüedad a la pantalla del televisor, en un camino inédito, lejos de las aburridas superposiciones de imágenes a que nos tiene acostumbrados la literatura última. En estos textos el autor se despereza y reinventa a Goya, a Lovercraft, a Cave, toma pulso y los hace convivir en un espacio común con Sonic Youth, con Kepler y hasta con la selección de Dinamarca, en un fino hilo de pensamiento.
Pero insistimos que no debe el eclecticismo ocultarnos el valor sustancial de la obra, que nos es más (ni menos) que el de encontrarnos ante una puerta, ante una búsqueda entre materia y realidad, ante el descubrimiento constante en la reelectura; y lo más importante ante la posibilidad de hacer del mundo un lugar menos previsible.
Acuda a su librería más próxima, encárguelo, insista si la distribución no es rápida, acuda a su casa, cierre la puerta tras de sí: deje el prólogo para más tarde si quiere, vaya a la página 17, meta la nariz entre el texto y respire a pulmón abierto. Se sentirá mejor.
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